Llegan las vacaciones y aterrizamos en lugares preciosos que hemos elegido de antemano con mucha ilusión, pero algunas veces, el estrés acumulado a lo largo del año nos impide relajarnos y disfrutar de todo lo que nos rodea. Después de once meses de intenso trabajo, días repletos de actividades y tensión, falta de sueño y mucho cansancio, llegamos preparados para disfrutar de un tiempo en el que, aparentemenete no vamos a hacer nada, solamente descansar… Entonces comienzan los problemas: hace calor, los niños tienen hambre, el coche no arranca o comenzamos a discutir con nuestra pareja. De repente, todas esas expectativas que tu mente había creado a lo largo del año se rompen y todos tus sueños se esfuman.

Que bueno si nos diéramos cuenta de la importancia de cambiar nuestra forma de pensar, dejar de centrarnos en el futuro creando momentos idílicos que pensamos disfrutar más adelante y comenzar a disfrutar de lo que estamos haciendo: charlar con un amigo, dar un paseo, un baño en el mar o disfrutar de una buena puesta de sol. Y es que a veces, querido lector, nos complicamos mucho la vida… un ejemplo: a lo mejor no nos hacen falta tantos artilugios playeros, podemos ir a la playa “ligeros de equipaje”, con lo justo y necesario. Llegaríamos mucho menos sofocados y con el ánimo dispuesto para disfrutar un buen día de descanso.

Para todo ello, y no me canso de decirlo… ayuda aprender a respirar. Es curioso, el hombre es el único animal que se olvida de respirar. Cuando estamos dando vueltas a la cabeza, cuando nos preocupamos, solemos dejar de respirar. En cambio, cuando nos hacemos conscientes de nuestra respiración podemos volverla más profunda y sentir al espirar como el cuerpo se relaja. Somos los amos y señores de nuestro cuerpo, no lo olvidemos nunca; nosotros podemos tensarlo o relajarlo. Todos somos conscientes de que aprender a relajarse es importante si queremos incrementar nuestra calidad de vida (y la de los que nos rodean, porque a nadie le gusta tener al lado a “un estresao”) y nadie puede hacerlo por nosotros.

Y que os voy a decir que no sepáis: durante las vacaciones solemos tener encontronazos con la familia porque cada uno quiere imponer lo que le apetece hacer. Hablar y consensuar para poder tomar decisiones, en lugar de dar las cosas por hecho, ayuda a que los roces de la convivencia no sean tan ásperos. Intentar ponerse de acuerdo en la forma de organizarse y en las actividades a llevar a cabo nos hace que lo que hagamos lo hagamos más a gusto. E incluso a veces hay que decir que no, que no gusta o no apetece, sin enfadarse, hablando y aclarando la situación. Para que la otra persona pueda entendernos, hace falta hablar. De este modo se evaporan muchos malos entendidos que generan estrés familiar y que convierten los días de descanso en algo muy diferente. Una pizca de paciencia y otra de tolerancia ayudan mucho en estos momentos y esto es respeto en estado puro…

Estas son unas pocas herramientas que podemos poner en práctica para conseguir que nuestro tiempo en vacaciones mejore, para estar más alegres, más satisfechos.

Dejar de complicarnos tanto la vida y buscar la sencillez… fíjate, uno de mis sueños de verano es disfrutar de una noche estrellada en un lugar sin contaminación lumínica, tumbada frente a la inmensa bóveda celeste, relajada, disfrutando de la compañía o del silencio. Cuando gozamos, hagamos lo que hagamos, la vida comienza a adquirir otro color, podemos saborearlo porque estamos más tranquilos y eso también nos ayuda a sentirnos mejor.

Quizá ha llegado el momento de darnos cuenta que no necesitamos mucho para estar a gusto, simplemente buscar lo que da paz a nuestra Alma.

Así que mi deseo, querido lector, es que tengas un magnífico verano, estando presente y disfrutando de tus sueños.