De niña entré en una asociación de tiempo libre y permanecí en ella más de quince años. Allí nos enseñaban a respetar la naturaleza, a amar a todos los seres vivos de la tierra y a pasar por este mundo de la forma más discreta posible, sin dañar nuestro planeta, dejándolo mejor de lo que lo encontramos al llegar.

Aquella educación me hizo ser mejor persona e influyó en mi desarrollo como individuo. Me inculcó valores importantes como el respeto, la solidaridad, la compasión, en fin, me enseñó a ser útil para los demás descubriendo la importancia de ayudar a los otros de forma desinteresada.

Solíamos salir a los parques, a los montes y hacíamos “batidas”, es decir, limpiábamos el campo de toda la basura que la gente había dejado olvidada domingo tras domingo. Muchas personas que no pertenecían a esta asociación no entendían esta actitud y nos tachaban de “pardillos”, de tontos que perdían su tiempo limpiando. Pero aunque parezca mentira lo pasábamos bien. Íbamos riendo y cantando porque sabíamos que al terminar, aquel lugar maravilloso quedaría limpio, mejor de lo que lo encontramos…

También cooperábamos con Organizaciones sin Animo de Lucro, colaborando o realizando eventos, siempre listos para ayudar. En esta organización nos alentaban a hacer al menos una buena acción cada día y ese ha sido para el resto de mi vida una máxima a cumplir. Con el tiempo descubrí la importancia de ser amable y respetuoso con las personas con las que me relacionaba y me di cuenta que siempre que ayudas a alguien que lo necesita, generas una actitud de agradecimiento que hace que esa persona se sienta mejor.

Hace algún tiempo llegó a mi correo un vídeo que trataba de una cadena de favores. Una persona ayudaba a un niño que se había caído del monopatín y eso desencadenaba una serie de buenas acciones sin fin. Todos los días, en cada momento podemos tender nuestra mano para ayudar a los demás. Siempre podemos hacer que otra persona que necesita ayuda la encuentre en nosotros y la satisfacción que uno siente, no tiene precio. Sabes que con tu actitud estás haciendo que este mundo sea un poco mejor, generando casi sin sentir, energía de amor incondicional, sin esperar nada a cambio, por el mero placer de ser útil.

Si cada persona del planeta hiciera una buena acción cada día, el mundo bailaría otro son. Tenemos que ser conscientes de que está en nuestras manos hacer que esto vaya mejor.

Desperdiciamos mucho tiempo de nuestra vida quejándonos de lo mal que está todo, de lo mal que lo hacen los demás y de esta forma conseguimos contaminar mas la conciencia colectiva con nuestros pensamientos pesimistas. Hemos de darnos cuenta que podemos mejorar, empezando por nosotros mismos. Veremos que nuestro propio cambio de actitud influye favorablemente en nuestro entorno. Podemos conseguir poner en marcha esa cadena de favores, que funcione continuamente, colaborando para que esa maravillosa energía se extienda de modo exponencial.

Hoy puede ser un gran día para empezar a hacer las cosas de la mejor forma posible, sintiendo la satisfacción de ser útil a los demás, dispuesto siempre que se nos necesite.

Descubrir que nosotros también somos responsables de lo que pasa en este mundo hará que pensemos dos veces las acciones que llevamos a cabo, reflexionando para discernir si lo que vamos a hacer beneficia a la mayoría, al planeta o lo perjudica. Cuando comenzamos a comportarnos de este modo, haciendo que el ayudar a los demás sea parte de nuestra forma de vida, sentiremos que la alegría de vivir crece porque “el camino verdadero para conseguir la Felicidad pasa por hacer Felices a los demás” (Lord Baden Powell).