Cuando terminan las vacaciones  y volvemos con los líos de los colegios, los libros, las ropas y los horarios, tendemos a utilizar la expresión: “Volver a la rutina”.

La palabra rutina, según la Real Academia, significa “hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”. ¿Queremos de verdad hacer las cosas de esta forma?. 

Cuando dejamos que nuestra cabeza ande inquieta por aquello que está por venir o nos ofuscamos por cosas que pasaron, generamos estrés y sufrimiento en nuestro organismo: nos pasamos el día dando vueltas a temas que, generalmente, solo podemos solucionar en el presente. Un ejemplo: A veces regresamos del trabajo con algo que ha quedado sin solucionar y llegamos a casa con ello en la cabeza. Sin darnos cuenta, el resto del día lo pasamos intentando resolver un problema al que no podremos dar solución hasta que volvamos a trabajar.

Solemos estar siempre en cualquier lugar menos en el que realmente nos encontramos y eso hace que no seamos capaces de percibir todo lo que nos rodea: que corre el viento, que huele a lluvia, que el sol nos templa, que las plantas tienen nuevos brotes, aunque no sea primavera. Vivimos ajenos a las maravillas que nos rodean, inmersos en nuestra rutina, que nos hace tomar la misma ruta cada día, solo por costumbre. No no solemos optar por cambiar los hábitos instaurados desde hace mucho tiempo, quizá por miedo a que esos cambios nos hagan perder nuestra personalidad, nuestra identidad. Pero somos seres vivos y cambiantes que necesitan esta renovación para mejorar y crecer. Si pensamos que ya lo sabemos todo en esta vida ¡apaga y vámonos!

Es posible que a estas alturas de nuestro viaje no nos hayamos dado cuenta que siempre podemos hacer todo lo que hacemos de forma diferente, porque a cada momento somos diferentes. A nivel físico, nuestra regeneración celular diaria es impresionante, nuestras opiniones pueden variar, nuestra forma de ver las cosas puede cambiar y podemos aprender a hacer lo que hacemos de distinta forma, siendo más creativos.

El otro día me enviaron una poesía de Pablo Neruda que dice: “Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos…”. Somos seres increíbles dotados de un cerebro magnífico y podemos hacer lo que queramos. Los convencionalismos sociales y familiares nos han puesto barreras, nos han dicho que no somos capaces. Pero, piensa por un momento: cuando alguien se propone hacer algo, si realmente quiere conseguirlo, puede hacerlo, todo es cuestión de practicar y cuanto más practica mejor le sale. Y aunque cada uno tiene unos dones y habilidades con los que se siente más a gusto, contamos con muchas más que están sin explorar. En nuestra mano está la oportunidad de investigar qué es lo que hace que nos sintamos bien y hacerlo.

Por otro lado, siempre podemos dar un “toque” a aquello que hacemos, es decir, hacerlo de la mejor forma posible, ¡con alegría!. Hacer las cosas de forma más consciente nos ayuda a anclarnos al único tiempo en el que realmente vivimos, el Presente. Eso nos hace estar más a gusto con nosotros mismos, nos ayuda a disfrutar de la vida haciendo cada cosa que hacemos como si fuera la primera vez, con la ilusión que pone un niño, en lugar de hacer lo que hay que hacer de mala gana, en piloto automático, con la excusa de que hay que volver a la rutina…

Os animo a buscar nuevas rutas que transitar al ir a trabajar o al colegio de los niños; os animo a pasear por lugares diferentes, disfrutando de los cambios del paisaje en cada estación; a conducir más tranquilos, más atentos, a cocinar con más amor, a escuchar otros tipos de música, a bailar, a cantar, a viajar y a celebrar cada día de nuestra vida, esa vida que se desarrolla en el Presente, no lo olvides, el mejor regalo para disfrutar en este momento.