La naturaleza nos enseña como ser en cada momento, solo hay que estar pendientes, presentes. Si nos fijamos atentamente, todo en la naturaleza es perfecto: la hoja de un árbol no se plantea cuando ha de caer, se deja, acepta y llegado el momento se desprende sin miedo, aterrizando en el suelo suavemente. Todo está orquestado en armonía para que un día tras otro cada elemento se vaya desarrollando, creciendo, mutando.

No sé si alguna vez te has parado a observar el agua de un río. Increíblemente su movimiento es constante, se adapta por donde ha de pasar y fluye, sin esfuerzo, yendo allí donde ha de ir. El agua es versátil y se adecuá a las fuerzas de la naturaleza: si hace frío se vuelve hielo, si la temperatura es templada vive en su estado líquido y si hace calor se evapora y vuelve a ser nube. Ese mecanismo de transformación y conservación, hace que el agua que has estado observando en el río, en un pasado cercano, cayó del cielo en forma de gota o de bello copo de nieve, original y único. Brotó del manantial, pasó a formar parte de un arroyo y luego se incorporó al río. Continuará su viaje y llegará un instante en que llegará al mar, formando parte de ese agua salada, inmensa, maravillosa, que tiene su propio movimiento, las olas, las mareas… Y culminará su viaje evaporando su esencia y subiendo al cielo de nuevo, pasando a formar parte de las nubes, hasta que llegue el momento de volver a transformarse en lluvia. El agua viaja, se transforma, cambia de estado, se adapta y todo ello sin esfuerzo. Y así la naturaleza nos enseña en cada momento como ser en nuestra vida. Si somos como el agua podremos adaptarnos en los momentos difíciles, aceptaremos que estamos en constante cambio y evolución y seremos capaces de disfrutar de la transformación de nuestras vidas, de nuestro aprendizaje y crecimiento personal, sin aferrarnos a lo perfectamente conocido. Eso es afrontar nuestra vida y disfrutar por el camino.

Cada vez que te paras a ver como la naturaleza se complace en hacer milagros, consigues estar mas presente y tu mente, por un instante, se aquieta. ¿Quien no se ha parado a admirar una puesta de sol, el vuelo de un pájaro, el paso de las nubes o a escuchar el sonido del mar….? Esos instantes de quietud, en los que entramos en comunión con la naturaleza sin apenas darnos cuenta, nos ayudan a admirar la belleza sin juzgar y somos capaces de disfrutar de lo sencillo, sin hacer, sin esfuerzo. En definitiva, fluimos, somos como el agua. Cuando nos paramos a admirar una pequeña flor, a escuchar el canto de un pájaro, a observar el nuevo brote de un árbol, nos hacemos partícipes de ese milagro que está sucediendo y aprendemos que en la quietud está la clave, en disfrutar de las pequeñas cosas y eso nos aporta tranquilidad y paz a nuestra mente. Nos damos cuenta que para ello no hace falta hacer… muchas veces la vida se nos pasa haciendo y en algún momento habrá que pararse para disfrutarla.

Ser como el agua, que nos enseña cuando hay que estar activo, cuando fluir y cuando recogerse en la quietud y el silencio, esperando en esa armonía natural el momento de cambiar, de brotar entre las rocas, de adaptarse vadeando piedras y de continuar su viaje sin fin.

Pararnos y contemplar lo que la naturaleza desarrolla a nuestro alrededor en lugar de quedarnos enganchados en los pensamientos de siempre, será como hacer una “limpieza” a nuestro ordenador central. Nuestra mente está sobrecargada. Nuestro día a día está “llenito” de estímulos de todo tipo y la mente no para de razonar, ni de día ni de noche. Darle un respiro, parándonos a observar lo que se desarrolla a nuestro alrededor, hará que estemos mas tranquilos, mas conscientes, transformando, sin darnos cuenta nuestra forma de vivir.

Después del Invierno, tiempo del Elemento Agua según la Tradición Oriental, se acercará a marchas forzadas una nueva estación de renacimiento en la que todo a nuestro alrededor comenzará a brotar. Cada día podremos notar los cambios que se dan en los campos, todo estará pintándose de un verde nuevo, vivo, esplendoroso. Si nos paramos a observar, veremos que la tierra se está tapizando de nueva vida, que ha estado esperando durante este periodo frío para brotar con fuerza y disfrutar del sol. Nuestra propia crisálida del invierno nos regala tiempo de recogimiento e introspección, preparándonos para brotar con la primavera y sentir que salimos del letargo del invierno con alegría, expandiéndonos con energía renovada. El buen tiempo nos invita a pasear y admirar los lugares por donde vamos, mirando con esos “nuevos ojos” que aprecian la belleza que nos rodea. Hazte consciente que cada día es diferente, cada instante es diferente. Las nubes en el cielo nunca volverán a estar de la misma manera, porque la naturaleza cambia sin esfuerzo realizando continuamente verdaderas obras de arte, solo tenemos que pararnos y admirarlas. Y es que aunque no nos hayamos dado cuenta vivimos en un museo natural en el que la vida florece a nuestro alrededor, sin pereza, sin esfuerzo. Imitemos su fuerza haciendo que los instantes de nuestra vida se pinten con los colores de la belleza, en nuestra forma de pensar, en nuestra forma de hablar, en nuestra forma de hacer… En definitiva, aprender a ser como el agua, dinámica, siempre cambiante, adaptativa, fresca y viva!